IMPRESIONES DEL 23 DE JULIO DE 2019, BARENBOIM-BEETHOVEN: CAMPOS SONOROS.

IMPRESIONES DEL 23 DE JULIO DE 2019, BARENBOIM-BEETHOVEN: CAMPOS SONOROS.
En muchos de los reportajes que le suelen hacer, Barenboim dice, una y otra vez, que relee todo el tiempo a Baruch Spinoza, el "príncipe de los filósofos" según Gilles Deleuze. Barenboim comenta que Spinoza le enseñó que "el hombre piensa y sin pensamiento queda inevitablemente degradado". Spinoza está una y otra vez en la vida de Barenboim: su padre, que era profesor de filosofía, le acercó al filósofo holandés a los 13 años; con el gran director de orquesta Otto Klemperer no hablaban de música sino de la Ética de Spinoza; todo el tiempo, Spinoza...
Y hoy, estamos oyendo a Barenboim tocar a Ludwig van Beethoven. Spinoza nació casi cien años antes que el alemán y ahora, año 2019, Barenboim ha decidido hacer tres jornadas dedicadas sólo a las sonatas para piano en el CCK de Buenos Aires. Parecen estar todos acá.
Beethoven hace ruido por momentos. Va acumulando materia, arma suelos rocosos, lomas y carreteras, con sus costados muy angostos, que bordean abismos. Beethoven sabe como nadie de la lentitud que hay en los estados de quietud -allí en donde no existe la detención- y, sin aviso, salta cuánticamente a velocidades impronunciables, en donde ya no hay notas y todo es murmurado, fraseado, igual que si John Coltrane estuviese tocando dentro de ese piano. Beethoven hace también algo extraño en la pierna derecha de Barenboim: se la lleva hacia un costado, la hace rotar desde su cadera, se la estira y luego la ubica velozmente para que el pie repose sobre el pedal derecho. Un par de veces, nada más. Luego también le alza, cuando es necesario, su mirada, demostrando eso de que: no hay ojos, sólo hay miradas... No hay partituras frente al pianista. Beethoven no las necesita hoy. Su intérprete, de 76 años de edad, le muestra lo que puede un cuerpo y un espíritu cuando son arrojados en un mundo de fuerzas. Allí en donde las resoluciones no existen, en donde algunas voces suenan necesariamente confusas, liberadas de la ley que quisiera aprisionarlas, donde las grandes velocidades parecieran no querer permitir que coexistan aquellas que, oh, sí, ahí están también lentísimas, flotantes, haciendo oír secretos ostinatos que los signos conocidos no pueden describir. En la música de Beethoven hay mucho de la poesía de Beckett: una fe en el fracaso sin igual, una confianza única en que el lenguaje es algo que hay que agujerear y/o hallar sus hendiduras -a pesar de la onda "heroica" con la que se lo quiere encasillar siempre al músico.
También hay mucho de Haydn. Del romanticismo que se viene. Y de un materialismo lírico único, ruidístico en muchos momentos. Gruñidos literales que Barenboim le saca al Stenway que suena maravilloso. Momentos de un todo abstracto y absoluto apabullante, seguido de un ritmo que va adueñándose durante el transcurrir de la noche y que es el dueño y guía de todo el campo sonoro. Si hay un músico con el que uno pasa a saber de qué se trata esa expresión, "campo sonoro", es con Beethoven; y si es tocado por Barenboim, más todavía. Él, que lo toca desde que iba a la escuela primaria, hoy nos presenta una música que parece que nunca la hubiéramos escuchado antes. Incluida la Appasionata, al final, que suena como una recién nacida y cierra de modo apoteótico la noche. Por estas cosas y más, podría ser uno de los acontecimientos del año, éste y muy probablemente los conciertos que le sigan. Barenboim parece estar conociendo a Beethoven de manera tal que es el propio Beethoven quien se conoce a sí mismo ejecutado por Barenboim.
La importancia, la riqueza, lo hermoso de un paisaje sonoro estriba en que es indescriptible en términos de forma. Beethoven nos presenta, como pocos creadores en el mundo, la presencia de realidades intangibles que se vuelven físicas en la atmósfera y quedan grabadas en la memoria. Un componente indispensable del paisaje sonoro atañe a la fuerza de hacerse en el mismo momento que se presenta, de allí que guarda una relación total con lo irrepresentable en términos de forma, en términos de imagen, en términos de memoria también, o sea, en términos perceptivos. La música de Beethoven hace estallar el aparato perceptivo pues sus paisajes no son los de este mundo, pero sí se vuelven mundo ante nosotros y nos arrastran. ¿Cualquiera toca "eso" cuando toca la música de Beethoven? No dudamos la respuesta: no, muchos no tocan "eso". Barenboim dice de Beethoven hoy: descubrí que todo está en el ritmo, no en su armonía. Spinoza otra vez, por supuesto. Pues todo está presente en aquellos modos que lo pueden expresar, nada preexiste, no hay una armonía que dicte el porvenir posible o que jerarquice los signos presentes en esta música. Cada nota, cada movimiento, expresa la obra, el ser, lo "eso"-Beethoven que aparece habiéndolo despojado de toda posible historia e Historia. Todo "eso" que Barenboim parece que lo viene escuchando desde que nació, y hoy está dispuesto a encontrarlo ante nosotros en el escenario y regalárnoslo. El piano mismo se vuelve, pasando los minutos del concierto, un instrumento percusivo, e involuciona de un mundo de cuerdas-notas (las primeras sonatas) hacia un mundo de vibraciones-fuerzas (la segunda parte).
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¿Qué tocó Barenboim? De Ludwig van Beethoven:
Primera parte: Sonata en do menor n° 5, op. 10 n° 1; Sonata en si bemol mayor n° 11, op. 22.
Segunda parte: Sonata en sol menor n° 19, op. 49 n° 1; Sonata en sol mayor n° 20, op. 49 n° 2; Sonata en fa menor n° 23, op. 57, Appassionata
Acá la programación que sigue: http://www.cck.gob.ar/…/daniel-barenboim-interpreta-sonatas…
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Al final de la jornada, aparece Lombardi (cuyo rol en este gobierno debe ser el que tiene el denominador más extenso de todos) y quiere anunciar algo. Lleva en sus manos un atril, que porta algo cubierto por una tela. Barenboim, que acaba de tocar dos horas y no es flojo de palabras ni de gestos, aparece tras él sin decir nada, a unos metros. Comienzan a oírse algunos silbidos. Barenboim, que parecía que iba a ir hasta el centro del escenario, se queda a un costado, Lombardi alcanza a decir que: gracias a una idea del "Maestro Barenboim" ahora la sala pasará a llamarse "Auditorio Nacional". Nadie entiende bien de qué está hablando, hay incomodidad, pero Lombardi sigue igual y descubre la placa que estaba en el atril, y allí se lee el nuevo nombre que tendrá la (ahora ex) "Sala Sinfónica" que hasta hoy se la llamaba popularmente "La Ballena"; Barenboim comienza a irse, algunos lo aplauden otra vez, Lombardi no sabe si quedarse o irse y se va, por suerte se va... Esperemos olvidarnos que en una noche tan maravillosa Lombardi estaba allí y subió, sin haber hecho nada para merecer nuestro aplauso. Beethoven escribió su música a revolucionarios como Spinoza, como Barenboim, como Beckett, sin hacernos olvidar que en todo mundo donde es posible lo maravilloso, el abismo y las piedras son parte de los caminos que los pueblan.
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Postdata "personal": Me levanté de una gripe espantosa para ir al CCK, no sentí ningún malestar durante el concierto (nunca oí tantas toses del público en un evento así, mientras sonaba la música) y luego volví a caer peor y con más fiebre que nunca; maravillas que Beethoven provoca.


Imágenes: Detalles del friso de Gustav Klimt, "Beethoven" y Daniel Barenboim dirigiendo (o más bien, pidiendo silencio).





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